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luz

(escuchando Eli Paperboy Redd, roll with you)

cuando escuchó que aquella chica iluminaba la habitación con su presencia, le impactó. y más aún cuando la vio entrar por la puerta en la fiesta. era verdad. era una jovencita sin nada especial. no era extremadamente bonita, ni vestía especialmente seductora, simplemente desprendía una luz que hacía que te fijaras en ella. a su alrededor, todo era brillante y estaba impregnado de una extraña sensación de paz y tranquilidad. la miró durante toda la noche, sin atreverse a hablar con ella, ni siquiera a estar a menos de dos metros de su cuerpo. se obsesionó con su luz, con su forma de hablar y de moverse, de reírse y de bailar. lo hacía todo de una forma completamente natural, sin esperar nada a cambio, sin querer provocar nada concreto. simplemente, lo hacía. contempló la posibilidad de acercarse, pero la descartó enseguida. ella no desprendía ninguna luz, es más, la absorbía. siempre le habían dicho que era una persona gris y triste. y no quería ser la culpable de que se perdiera aquella magnífica sensación de bienestar. antes de irse, sacó el móvil y le hizo una foto. esa noche, miró la foto una y otra vez. y pensó que si conseguía iluminar, siquiera artificialmente, una parte de su cuerpo, tal vez pudiera acercarse a ella sin miedo. se le ocurrió una idea. buscó una bombilla y la enroscó a un portalámparas. lo enchufó y la resistencia se volvió incandescente. cerró los ojos y se la puso en la boca. el calor del cristal era similar al de aquella chica. ahora sólo quedaba que durara siempre. la mordió. la bombilla se apagó al instante. sintió el cristal cortante en la lengua y el paladar. no, aquella no era la forma. escupió y se lavó la boca con cuidado. una vez repuesta, lo volvió a intentar, pero esta vez tragándose la bombilla. le costó sudores y arcadas que atravesara la garganta, pero lo consiguió. la bombilla se apagó al entrar en su cuerpo. tampoco era la forma. se sentó en la cama, vencida, con ardor de estómago y la boca llena de cortes. se durmió. a la mañana siguiente, se sintió una estúpida. dolorida, se duchó para ir a trabajar. no desayunó. en la oficina, se enfrascó en trabajo rutinario y solitario, para que nadie la molestara. no lo consiguió. sus compañeros de trabajo, tan distantes hasta esa mañana, se acercaban continuamente a preguntarle cosas absurdas. le reían los comentarios, se sinceraban sobre su vida y pasaban a su lado y le sonreían. incluso le invitaron a café dos veces. no lo podía creer. eso no podía estar pasando. fue al baño a lavarse la cara. el agua le provocó un pequeño espasmo de frescor. se miró al espejo y se dio cuenta. no había tenido que encender la luz.

no eres perfecto amigo y voy a ahorrarte el suspense: la chica que conociste tampoco lo es. Robin Williams, el indomable Will Hunting.

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final

(escuchando BB King, one kind favor. ochenta y tantos años de blues, qué maestro)

el maestro de marionetas lleva meses encerrado en su taller. rodeado de virutas de madera, herramientas viejas y punzantes, de restos de comida y vasos de barniz medio llenos. todo huele a cola y a serrín, a plástico caliente y a tabaco. en lo más alto de la pared norte, un ventanuco deja entrar el aire gélido del invierno. pero él no tiene frío, está demasiado ensimismado para sentir nada. sabe que ya no le queda mucho tiempo, que su corazón y sus pulmones están a punto de perder la partida con Cronos, que este será el último trabajo que termine. pero tiene que terminarlo. ya queda poco. le encaja el brazo en el hueco y, con cuidado para que no le duela, aprieta la tuerca que lo sujeta. comprueba que el movimiento del hombro y del codo sea fluido. le añade dos gotas de aceite y vuelve a comprobarlo. ahora está perfecto. se frota los ojos con el índice y el pulgar. abre la tapa de la espalda y conecta los dos cables, uno rojo y uno negro, a las dos entradas de audio. ya está. cierra la tapa y la atornilla
con cuidado. ahora sólo tiene que vestirla. la mira un instante antes de ponerle la camisa. es perfecta. esta vez sí. le pone la ropa despacio, como si se tratara de una hija recién nacida. ya está. se aleja unos metros. sonríe. cuando nota una punzada en el corazón frunce el ceño. se lleva la mano al pecho, apretándolo con fuerza, como si pudiera detener el ataque al corazón. se tambalea. tiene que ponerla en marcha. sólo tiene que llegar a la mesa. la marioneta mujer se mantiene inmóvil, con los ojos abiertos, hechos de cristal frío. cae de rodillas y estira el brazo para alcanzarla. no lo consigue. el último aliento es para sus ojos, dos canicas de colores que puede que nunca brillen por sí mismas.

abandonamos nuestros sueños por miedo a poder fracasar, o lo que es peor, por miedo a poder triunfar. Sean Conney, descubriendo a Forrester.

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espera

(escuchando Terence Blanchard, bso la última noche. no me canso nunca)

esperaré, le dijo. el destino le miró con cara de asombro. cómo que esperarás? no va a suceder, no está escrito. simplemente, no puede ser. se hizo un silencio de pocos segundos. él le dio un sorbo a la cerveza con los ojos cerrados, y miró a la cara a su destino. me da igual, contestó. yo voy a seguir esperando. el destino le miró con rabia. haz lo que te dé la gana, yo no voy a ir en tu ayuda. no me busques, no me pienses, olvídate de mí. lo dijo sin levantar la voz, cortando las palabras como si su lengua fuera una espada. puso un billete sobre la barra y quiso zanjar la cuestión. me voy a buscar a otro. acto seguido, desapareció por la puerta. el chico sonrió y apuró su cerveza. pagó y salió del bar. en el umbral de la puerta, miró hacia arriba. sin destino que le dirigiera cada paso, se sintió completamente libre por primera vez. en serio, puedes hacer lo que quieras, pensó.

la mayoría de la gente huye del conflicto cuando, para mí, muchas cosas buenas surgen del conflicto. Ethan Hawke, antes del amanecer.

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Jack

(escuchando karnivvol, sound awake. guitarras que crecen y crecen y crecen)

se había cansado de todo aquello. así que prefirió quedarse solo. era una decisión difícil, porque nunca había estado solo del todo, pero también necesaria, porque su situación le había obligado a estar escondido demasiado tiempo. subió al primer tren que encontró en el andén. el billete? ya lo compraría cuando pasara el revisor. buscó un asiento libre, junto a la ventana, lejos de aquella pareja con niños que, seguro, no le iban a dejar leer tranquilo. al otro lado del pasillo, una pareja discutía en un idioma que no identificó bien. no era inglés, ni alemán… búlgaro? podía ser. no le hubiera importado lo más mínimo, de no ser porque cada vez levantaban más la voz. maldita sea. el tren se puso en marcha. la discusión se iba calentando a medida que pasaban los metros, así que cuando salieron de la estación, estaban a punto de llegar a las manos. Jack se estaba poniendo muy nerviosos. en el vagón sólo estaban la pareja, la familia y él. pero no podía hacer nada. demasiados testigos. el padre de los niños, un hombre corpulento, de aspecto bonachón y gafas, se levantó. disculpe, se dirigió al marido, podrían dejar de gritar? están asustando a mis hijos. como respuesta, recibió una larga lista de algo que parecía insultos. la mujer supuestamente rumana reprendió a su marido, como diciéndole que se callara, que aquel hombre no tenía ninguna culpa de sus problemas. él le contestó con una bofetada en plena cara que retumbó en todo el tren. la mujer se calló en seco. los niños se pusieron a llorar. el padre de familia, tomó al más pequeño en brazos, a una niña de unos cinco años de la mano y se marchó. su mujer, que llevaba un bebé enganchado al pecho, le siguió. desaparecieron por la puerta. Jack no se movía del asiento. el hombre se giró hacia él con violencia y se puso a insultarle. o eso le pareció a Jack, que ya había apretado el puñal en el bolsillo de la casaca. sus gritos se mezclaron con la sangre que le brotó del cuello. la mujer quedó paralizada unos instantes y luego salió del vagón. la locomotora hizo su primera parada. Jack bajó al andén y se perdió por las callejuelas junto a la estación.

no somos criminales. nos ocupamos de nuestras cosas. no le pedimos nada a nadie. James Caan, Dogville.

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sueños

(escuchando Sade, soldier of love. por todos los dioses, ha vuelto exactamente igual)

su tía abuela era una mujer tranquila, sin ninguna malicia. perdió a su esposo, el mejor pescador de la zona, en una tormenta imposible. nunca tuvo hijos, pero adoraba a sus sobrinos y a todos aquellos niños que quisieran ir a merendar leche con sus magníficas galletas de manzana y canela. pero no todo el mundo la veía igual. en el pueblo, eran muchos, por no decir todos, la llamaban la bruja de la casa encantada. y no porque el edificio estuviera medio derruido o porque ella tuviera un aspecto desaliñado, más bien todo lo contrario, su casa era una preciosa villa en una de las cinco colinas que rodeaban el pueblo y ella iba siempre pulcra y perfectamente ataviada con su vestimenta de buena persona, sino por culpa de su extraño poder. al quedarse dormida, su entorno se transformaba en el decorado de sus sueños. pero no todo su entorno, sino únicamente la habitación en la que se encontraba. por eso, en algunas ocasiones, al soñar con aquella trágica noche en la que su marido fue tragado por las olas, desde la plaza del pueblo, podían escucharse los terroríficos rugidos de un mar embravecido que luchaba por engullir todo lo que encontrara ante sus aguas. pero eso fue sólo al principio. con el paso de los años, los sueños se volvieron más apacibles. sólo si uno se acercaba mucho podía saber qué estaba soñando. bajo su ventana se escuchaba el canto de los pájaros o el viento entre las ramas de los árboles, o las olas deshaciéndose en la arena de alguna playa. eran esos días en los que sus sobrinos eran más felices. durante las tardes de verano, a la hora de la siesta, invitaban a sus amigos a plantabarse bajo la ventana de su tía abuela a esperar a que se durmiera. escuchaban pacientemente y, al oír el sonido de sus sueños, se acercaban a la habitación y abrían la puerta. en su interior, la anciana dormía apaciblemente en la cama. a su alrededor, bosques enteros llenos de animales para jugar a Robin Hood, o una orilla larguísima en la que construir cientos de castillos y correr. pero los mejores días era cuando soñaba que ella era pequeña. esos días, todos se alegraban de poder jugar con aquella niña que sabía un montón de juegos que ya tenía olvidados y que tanto les divertían. al despertar, todo se desvanecía y los niños salían en tropel de la habitación. ella les miraba de reojo y no podía evitar sonreír. salía al patio, donde todos la esperaban. uy, cuántos niños, decía simulando sorpresa. a ver quién quiere leche con galletas?

hay que soñar, Léolo, hay que soñar. Gilbert Sicotte, Leólo.

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deseo

(escuchando massive attack, heligoland)

bloqueada, estafada, odiada. sola en una sala llena de gente a la que no comprendía. el mundo en su contra. batallas que se libraban a su alrededor convertidas en sus batallas. los brazos cansados, las manos cansadas, el alma cansada. falta de control sobre los calendarios ajenos. líneas de código de calendarios ajenos, indescifrable a su propio sistema de intuición. tomó otro sorbo de descafeinado (había abandonado el café hacía mucho tiempo) y le dio otra calada al cigarrillo. una señal octogonal roja y blanca. stop. es suficiente. se acabó la partida. deseo. es peligroso desear demasiado. pero sólo si permitimos que las cuerdas aprieten demasiado fuerte contra la silla. busca un cuchillo. ya. que el futuro sea ese lugar donde las esperanzas superan a los pronósticos negativos. que haya lugar para el libre pensamiento y la imaginación luminosa. mis capacidades. están ahí, lo sé. si hago una lista están ahí. que las capacidades sean libres. explorar tras la puerta. que el miedo no ocupe tanto lugar. tanto lugar.

le pediré un deseo a Marte por ti. Dan Fuetterman, corazón indomable.

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final

(escuchando LA, heavenly hell)

porqué se quedó esperando en lo alto de la escalera es algo que siempre intenté averiguar sin encontrar una respuesta que me devolviera la sensación de que había hecho las cosas bien. desde abajo, contemplé como se paraba en el último escalón y se daba la vuelta. me miró y me sonrió. pero yo no hice nada. me quedé paralizado mirando como esa sonrisa se quedaba flotando en el aire, mientras su cuerpo saltaba al vacío. por qué me miró? esperaba que yo hiciera algo? quería que la salvara de ese último paso? quería que le gritara no te vayas, quédate a mi lado? durante meses me había dejado muy clara su postura. no quería jugar más. se había cansado de batallar por cada centímetro de paz, por cada miligramo de cordura, por cada trozo de calma. era algo contra lo que no podía ni quería luchar. y yo respeté su decisión. no de entrada, claro. intenté convencerla de que tenía que continuar con esto, que no había otra, que la partida era esta y que, si quería cambiar las reglas del juego o incluso el juego, primero tenía que sacar fuerzas para cerrar el tablero, esconder las fichas y los dados, las tarjetas de sorpresa y suerte, y dejarlo en su sitio. que los desórdenes eran muy malos, porque luego siempre aparecían en el momento más inoportuno. pero no. no había mucho más que jugar. no tengo más fuerzas, dijo una vez. así que opté por dejarla subir las escaleras ella sola, sabiendo que posiblemente fuera esa la última vez que la viera. pero se dio la vuelta. me lo estaba agradeciendo? pedía ayuda? esa mirada de duda fue la última que me devolvieron sus ojos. nunca supe la razón de esa mirada. hasta hoy.

las personas deberían saber decir lo que quieren. Joseph Gordon-Levitt, 500 días juntos.

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sorteo

(escuchando Aretha Franklin, today i sing the blues)

mañana no vendré en autobús, le dijo al subir, embutida en un abrigo, con la mirada escondida tras los hilos de lana que le caían desde el gorro, mientras. y eso?, le preguntó Guillem, el conductor. porque hoy me va a tocar la lotería, contestó con una sonrisa satisfecha mientras pasaba la tarjeta abono por el lector. ambos rieron. tan segura estás?, continuó con la broma. claro, respondió ella. es imposible que no me toque. llevo un montón de tiempo tropezándome con el número trece, así que he comprado el trece trece. no puedo perder. me alegro, me alegro, afirmó él. así, cuando seas rica y famosa, siempre podré decir que he llevado a una millonaria en el autobús. ella le sonrió con una mirada de esas de me estoy callando algo, pero sólo dijo sí. pero yo no seré como aquellos que dejan de ver a sus amigos sólo porque no tienen dinero, ni dejaré de venir en autobús para siempre. aunque mañana no vendré porque tendré resaca. él la miraba de reojo, sonriente, para no perder los ojos de la carretera. bueno, eso dicen todos. y, al final, está demostrado que el dinero nos vuelve un poco locos a todos, aseguró Guillem. eso dicen, contestó la joven, quitándose, por fin, el gorro de lana que le cubría la cabeza. tiene un pelo precioso, pensó él. se quedaron en silencio unos segundos. para demostrarte que no cambiaré con los millones, cuando me toque, te invitaré a cenar a un restaurante de pescado que me encanta. la frase quedó flotando en el aire, esperando a que alguien la recogiera. él cambió de marcha y respondió. de acuerdo, pero eso significará que has cambiado, porque sin ser millonaria no me has invitado nunca a cenar. la sonrisa le llenó la cara. ella abrió mucho los ojos. aquella no era la respuesta que esperaba. tragó saliva. de acuerdo. si no me toca, te invitaré igual, así el año que viene, cuando me toque, te podré invitar y te demostraré que no he cambiado. era un buen razonamiento, tenía que admitirlo. de acuerdo. cuando termine el turno de la tarde, te paso a buscar. en el autobús? claro, claro. en el autobús.

los idiotas sólo podemos tener fe, esperanza y caridad… y un poco de amor, porque es gratis. Santi Millán, amor idiota.

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huída

(escuchando Ben Harper and Reintless7, white lies for dark times)

nunca había tenido tanta policía corriendo tra él. en ocasiones le habían perseguido, claro, era algo inherente a su profesión, pero siempre eran un pequeño grupo de fácil escaqueo. dedicarse a robar era algo que le había mantenido en forma desde la primera vez que lo hizo, cuando todavía era un adolescente. ahora, con dos décadas de duro trabajo a sus espaldas, se podía considerar un tipo con una forma física envidiable. pero ahora le estaba costando más de lo que pensaba zafasse de estos polizontes, maldita sea. llegó al final de la azotea y saltó por encima de la calle. aterrizó en el edificio siguiente a duras penas. el saco que llevaba a la espalda pesaba demasiado. miró tras él y se dio cuenta de que la policía no había desistido y que estaban dispuestos a saltar. cuando el primero cayó sobre el suelo de gresite, el ladrón corrió usando todo lo que le dieron sus pies. sobre su cabeza, un helicóptero se acercaba peligrosamente. joder, un helicóptero. pero qué es toda esta movida? bajó por unas escaleras y salió a la calle. allí le sería más fácil perderles de vista. intentó perderse por uno de los callejones del barrio chino, pero la pasma seguí pisándole los talones. tiró un par de cubos de basura tras él, pero sólo consiguió que tropezara uno de ellos. aún quedaba más de media docena. no iba a conseguirlo. el botín era demasiado pesado y ellos eran cada vez más. decidió abandonar. soltó el saco y notó como sus cuerpo era mucho más ligero. en menos de cinco minutos, había conseguido despistarles. se escondió tras un contenedor de cristal. respiraba con dificultad. lo de robarle el saco de regalos a Santa Claus para que sus hijos tuvieran lo que querían había sido una mala idea. si tenía que pagar por aquel coche teledirigido y por el hospital de los clicks, pues mira, mala suerte.

aceptamos la realidad del mundo que nos presentan. Ed Harris, el show de Truman.

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impulso

(escuchando Jamie Cullum, the pursiut. llamadlo pasión)

al llegar, se bajaron del autobús con la maletas en la mano. no era unas maletas especialmente pesadas, pero a ellos les parecieron incluso mucho más ligeras de lo que eran en realidad. se metieron en la puerta giratoria con las ganas de un niño que entra en una sala de cine y dieron dos vueltas antes de salir al interior de la terminal. se quedaron parados contemplando el ir y venir de la gente, de los carros con equipajes, de las familias, los ejecutivos, los estudiantes, los viajeros empedernidos, el personal de facturación, un grupo de pilotos y azafatas, personal de limpieza y tres camareros. aquello era un hervidero de movimientos hacia un lado y otro. se miraron, nerviosos. estás segura de esto? preguntó él. un poco asustada, pero sí, estoy segura, contestó ella. se abrazaron y se besaron rápidamente. luego, avanzaron despacio hasta llegar ante el panel que informaba de la lista de vuelos. los cuadros giraban sobre sí mismos de arriba a abajo y los caracteres iban cambiado uno tras otro a más velocidad de la que habían imaginado. empezaban en lo más alto de la lista e iban perdiendo posiciones, una cada medio minuto más o menos, hasta desaparecer por completo. entonces, había que buscarlos en las pantalla de televisión, justo debajo. ambos sonreían con ilusión. un piano de notas a ritmo de swing explotaba en su cabeza con cada nuevo destino. aquella tenía que ser una decisión tan rápida como el impulso que les había llevado hasta allí. pasaron unos instantes antes de que ninguno dijera nada. París?, preguntó él como queriendo ser romántico. ella le miró. no, ya hemos estado allí, se respondió a sí mismo. Roma?, dijo ella. no, no me apetecen los italianos, respondió él. Dublín? mucho frío. Berlín? nunca nos entendemos con los alemanes. Nueva York? no hay tanto tiempo. todos los destinos tenían una razón para rechazarlos. todos menos uno. al verlo aparecer en el panel, no tuvieron ni que preguntarse el uno al otro. cogieron las maletas y buscaron las oficinas de la compañía. compraron dos billetes y se encaminaron hacia el mostrador de facturación.

te has parado a pensar alguna vez como una decisión sin importancia puede cambiar totalmente el rumbo de tu vida? Sean Penn, mystic rivera.