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encerrado

(escuchando black rebel motorcycle club, specter at the feast)

llamaron a la puerta por primera vez en tres años, ocho meses y seis días. se sobresaltó. vivía al margen del mundo real, del tráfico, de las calles, de la gente. su única conexión era lo que veía a través del doble cristal de protección del apartamento del piso veinticuatro. era un habitáculo de veintitrés metros cuadrados en los que tenía todo lo necesario para sobrevivir durante el tiempo que llevaba encerrado. un váter, un lavabo, una ducha, que también utilizaba para lavar y tender la escasa ropa que tenía (dos mudas compuestas por calzoncillos, camiseta interior y calcetines, mono de trabajo y zapatillas deportivas), un mueble a modo de cocina que contaba con dos fogones, un cajón (con dos cubiertos completos), un armario (con algunos utensilios), un escurridor y una campana extractora, una cama de dos metros por uno treinta, una mesa de tres metros de largo y dos sillas, una en cada extremo. en uno de ellos, el que estaba más alejado de la ventana, había dos ordenadores portátiles y un sobremesa que utilizaba como servidor. sobre una cajonera, cinco libretas de doscientas hojas cada una, dos cajas de lápices del número 2, diez gomas de borrar y tres sacapuntas. en una de las paredes podían verse las marcas de una una puerta camuflada. una vez al día, siempre mientras se duchaba, a las seis y treinta y cinco minutos de la mañana, recibía las raciones de comida que había contratado la semana antes de encerrarse. eran alimentos perecederos de producción ecológica, fruta, verdura, carne, pescado, pasta fresca, que constituían las cinco comidas diarias que él mismo cocinaba o preparaba. todas las dosis habían sido perfectamente calculadas para mantenerse en unos niveles adecuados de nutrientes, proteínas, vitaminas y energía, que le permitían continuar con la misión que se había propuesto. al terminar cada comida, lanzaba los restos a un triturador de basura situado bajo los fogones, que se deshacía de cualquier cosa que caía en sus cuchillas, fregaba los platos, los ponía a escurrir. era una vida de rutinas muy marcadas, que debía seguir sin pensarlo siquiera, ya que todas y cada una de sus neuronas debían concentrarse en el diseño, usabilidad y programación de un solo proyecto. su proyecto. su misión. y hoy era el último día, hoy el mundo entero lo sabría, hoy lo publicaría todo y sería el principio de una nueva era. volvieron a golpear la puerta, esta vez con insistencia.

Norman Stansfield: traedme a todo el mundo.
hombre de Stansfield: qué quieres decir a todo el mundo?
Norman Stansfield: a todo el mundo!

Gary Oldman & Keith A. Glascoe, Leon, el profesional.

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lectura

(escuchando lo que sea que estén poniendo en la radio, que ahora mismo no lo sé, pero suena de muerte)

leía tumbada boca arriba en el parque, sobre la hierba. al principio, no te dabas cuenta. pero, si la mirabas durante un rato, veías algo inusual. aquella chica no tocaba el libro con las manos, lo mantenía flotando sobre su rostro a unos cincuenta centímetros aproximadamente. sus pupilas recorrían las líneas con voracidad y saltaban de las páginas pares a las impares sin que el libro sufriera más que un pequeño movimiento de flotación, empujado por la brisa. ni siquiera usaba sus manos para girar las páginas. simplemente, pasaba del final de la página impar al principio de la página par y las hojas se movían solas. o las movían sus ojos. me acerqué, me puse de cuclillas a su lado y le pregunté cómo lo haces? el qué?, respondió sin apartar la vista de las letras. mantener el libro flotando para leer. no lo hago yo, contestó. sus ojos dejaron de recorrer el papel para centrarse en mi. el marcapáginas se introdujo entre las hojas, el libro se cerró y se posó sobre su pecho. son ellos, los libros. lo hacen para que no me moleste el sol. nos llevamos muy bien, los libros y yo. los tuyos no te sonríen nunca?, preguntó divertida, sin darle la más mínima importancia. no, los míos no están vivos, admití. todos los libros están vivos. sólo hay que decirle las frases adecuadas. me quedé en silencio, sin saber qué responder. hablaba con total naturalidad, como si lo estaba haciendo fuera la cosa más obvia del mundo. vale, gracias, dije. me puse de pie y me marché. de nada, dijo ella. el libro volvió a elevarse. mientras se abría, el marcapáginas salió del punto en el que estaba y se colocó en la última página. ella siguió leyendo.

no digas estupideces. no hay ningún andén nueve y tres cuartos. Richard Griffiths, Harry Potter y la piedra filosofal.

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bits

ser bit no es fácil. porque todo el mundo tiene su lado oscuro. y no hay nada más oscuro y que guarde mejor los secretos de cualquiera que una pantalla de conectada a un ordenador o tablet o teléfono o lo que sea. antes era más sencillo. nos juntábamos en grupos de ocho, o incluso, de más mayores, de dieciséis, y nos convertíamos en personajes de juegos de acción, en parte de verdaderas obras de arte dibujadas con carácteres ascdos. incluso alguna vez formábamos parte de alguna partitura que se recreaba una y mil veces en un bucle infinito que, si tenías suerte, podía incluso entrar en la cabeza de los usuarios de aquellos ordenadores portátiles de simpleza abrumadora o máquinas de arcade, y repetirse más allá de la pantalla. yo una noche vez escuché a un viejo bit tuerto, manco y cojo, contar en una taberna cómo se había conseguido desdoblar y pasar parte de su información a la cabeza de un niño que no paraba de moverse, y se pasó todo el verano visitando lugares exóticos. bosques, su habitación, otros habitaciones de otros niños, el mar, la piscina, muchos bares distintos… hasta que la parte desdoblada se desvaneció en la memoria y él perdió gran parte de su información (una mano, una pierna y un ojo). valió la pena. valió la pena, repitió con nostalgia con la vista fijada en su pierna invisible. la verdad es que eran otros tiempos. la tecnología no se utilizaba para guardar secretos personales. es decir, existían los mastodónticos ordenadores de grandes corporaciones y gobiernos que sí utilizaban la información para fines más siniestros, pero, las máquinas personales eran algo mucho más naïf, más blanco, más sencillo. y nosotros éramos mucho más felices. ahora es demasiado complicado. miles de millones de bits nos dejamos llevar a cada nanosegundo de un sitio a otro del planeta, casi sin destino fijo. pasamos de una aplicación a otra, de un dispositivo a otro, sin apenas tener tiempo de ver lo que hay al otro lado. los datos aparecen y desaparecen en las pantallas con un simple movimiento de dedo, descartándonos al instante. incluso si formas parte de algún tipo de contenido secreto, la velocidad a la que te usan es insultante. eso, en realidad, es lo peor que te puede pasar. transformarte, de repente, en un secreto. quedas relegado a un diminuto espacio en un disco de cientos de miles de millones de bits como tú, y ves la luz muy de vez en cuando, clandestinamente, para ser apagado a los pocos instantes. por suerte, mi ciclo está a punto de terminar. creo que, si no fuera así, me buscaría la vida como virus.

para avanzar a veces hay que retroceder. Frank Oz, dentro del laberinto.

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continuación

(escuchando el sonido de la calle)

hoy es el último texto antes de que el dos mil trece haga su aparición en nuestros calendarios. un año de esos en los que la lista de buenos propósitos se reduce a lo básico. ganas, fuerzas, sonrisas, amor, salud. así que, a pesar de que es viernes y es día de cine, sin que sirva de precedente, apetece continuar una historia que empezó hace años y que maduró como principio de algo más grande.

el detective Nestor Castillo se quedó sentado en la butaca, mirando la foto de aquella hermosa mujer que se reía. a pesar de que su nueva cliente ya se había marchado, podía ver su imagen perfectamente nítida, sentada en la silla, triste, apagada, sin colores. necesito que encuentre a esta persona, le había dicho, y le había entregado la foto que ahora tenía entre las manos. él, sin pensar en las dificultades de un caso así, lo había aceptado. aunque sólo fuera por intentar llegar a fin de mes o, sin admitirlo, porque le encantaría ver sonreír a alguien como ella. tal vez incluso con él a su lado. ser un detective soñador no le estaba llevando a ninguna parte, eso lo sabía. pero ponerse el traje de duro le había servido durante muchos años. ahora también? por dónde se empieza a buscar la alegría de alguien? no tenía ni la más remota idea. encendió su enésimo cigarrillo y echó el humo despacio. la foto quedó atrapada en la niebla espesa, que se quedó allí, flotando, como si quisiera devorar la imagen. el detective sopló despacio. el humo fue desapareciendo y dejó entrever los pequeños detalles que había en aquel trozo de papel brillante. las luces de algún bar servían como fondo de un decorado que se completaba con otros elementos clásicos de una noche de copas. en primer plano, una mesa baja, en la que había un par de botellas de cerveza medio llenas, dos vasos de tubo con, aparentemente, gintónic, a juzgar por las botellas de tónica que los acompañaban, un cenicero con tres colillas apagadas, y un plato con frutos secos. detrás de la mesa, un sofá rojo y, a los lados, dos pequeños taburetes cilíndricos, tapizados de tela del mismo color. en el centro de la imagen, sentados en el sofá, sofá había cuatro personas que se habían juntado para hacerse la foto. la segunda por la izquierda era ella, con la boca abierta, riéndose con todo el cuerpo. cerró los ojos y escuchó. en el local sonaba música pop, el little talks de of monsters and men, que hacía que el tiempo se detuviera en un instante de perfección. les oyó decir esto hay que inmortalizarlo. vamos a hacernos una foto. oye, nos puedes hacer una foto?, le preguntaron al camarero que pasaba por allí. claro. y se juntaron todos en el sofá. decid gintóniiiic, les dijo el joven vestido de negro y zapatos rojos, con la cámara en la mano. todos rieron. el flash lo iluminó todo. el detective volvió a abrir los ojos. podía empezar por ahí. cogió un bolígrafo y abrió la libreta por una página en blanco. cosas que la hacían feliz, escribió. y empezó una lista.

y ahora, algo completamente diferente… un hombre con tres nalgas. John Cleese, the Monty Pyton flying circus.

feliç 2013.

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mudanza

me mudo al norte. tal vez allí entiendan algo más mi trabajo. gracias por abrirme los ojos. adiós. al salir, dio un portazo. la nota se elevó un poco y se volvió a posar suavemente sobre la mesa para ser leída, dos días más tarde, por su jefe, a quién, como ya suponía, no lo importó un carajo que se marchara. caminó durante varias horas para salir de la ciudad y poder mirarla desde lo alto de los cerros que la rodeaban. hizo autoestop a lo largo de cinco kilómetros, pero no consiguió que nadie le llevara, así que decidió alejarse de las vías principales y caminar por los caminos que le ofrecían los terrenos y los bosques. pasó dos pueblos, en los que sólo se detuvo para beber algo de agua y apuntar el nombre en su libreta. había decidido llevar una especie de diario de ruta, para que todos los lugares que iba a atravesar no quedaran en el olvido. cuando se hizo de noche, buscó algún sitio para dormir. tenía estudiado lo que se podía gastar cada día y una cama caliente y un buen desayuno era algo a lo que, por el momento y en los primeros días de un viaje que no sabía cuánto tiempo duraría, no quería renunciar. así que entró un hostal que le pareció mínimamente digno y durmió a pierna suelta. a la mañana siguiente, sin despertador, abrió los ojos con el sol. se duchó en el baño común del pasillo y bajó al comedor. huevos, un poco de queso, fruta, un café con leche y un cruasán. no era nada que no hubiera comido antes, pero recordaría ese desayuno durante muchos años. incluso ahora, viejo, casi sin palabras y sin reconocer el noventa por ciento del tiempo a la mujer con la que había pasado los últimos setenta años o a sus dos hijos, todavía tenía el sabor de aquel primer desayuno, el primer día de lo que sería el resto de su vida. subió a la habitación, recogió sus cosas y salió del pueblo. la travesía hasta el norte en realidad no tenía un destino muy definido. cuando llegue lo sabré, pensó con los primeros pasos. no era un destino muy concreto, pero le pareció más que suficiente. lo había visto en casi cada sueño de las últimas noches, así que estaba seguro de reconocerlo incluso antes de estar allí. no fue exactamente así, pero no hay que adelantarse a los acontecimientos.

la convicción es un lujo de quienes sólo contemplan. Ed Harris, a beautiful mind.

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historia de amor

(escuchando radio 3, hoy empieza todo)

una mañana, hace meses, el pueblo amaneció lleno de pintadas. te amo Mary. en las señales de tráfico, en las paredes de solares, en muros de casas inacabadas desde hace años, en los tristes buzones de correo y en los paneles de dirección. te amo Mary. eran pintadas hechas con esprai, en color negro, de dos tamaños: los largos, que incluían todas las letras de la declaración, y los cortos, que sustituían la primera persona del presente de indicativo del verbo amar por un corazón sólido. de trazo rápido pero certero, con la emoción del que sabe que será efectivo. las manos que sujetaban el bote tenían plena conciencia de lo que hacían. no se trataba de algo estético, de hecho, no había ninguna estética en las pintadas, ni de algo político, ni reivindicativo, ni siquiera parecían esperar nada a cambio. simplemente, dejaba constancia de un mensaje que gritaba a los cuatro vientos su amor por Mary, sin importar las consecuencias, legales o emocionales de la población, tal vez ni siquiera de la diana de su amor. a la mañana siguiente, los mensajes seguían ahí. y a la siguiente, a la siguiente y tres meses después. a principios de año, cuando el pueblo ha estaba más que acostumbrado a las pintadas, ahora ya descoloridas y dormidas o muertas de pena, en el asfalto, frente a una de las casas recién reformadas, apareció un nuevo capítulo. te amo. quieres casarte conmigo? el mensaje estaba decorado con un corazón a cada lado, igual que los que representaban el amor en los anteriores. esta vez, el color elegido había sido el blanco, para contrastar con el asfalto. la relación había avanzado, no cabía ninguna duda, y ahora uno de sus integrantes había decidido que había que dar el paso que les llevaría a firmar en el libro en el que le dicen al estado que esto de estar juntos es en serio, y luego celebran con aquellos que consideren, seres queridos o no, que han encontrado el cachito que les faltaba y que piensan estar con él el resto de su vida. la respuesta llegó, como pasa en los mejores seriales, en forma de coche decorado con flores aparcado en la puerta, justo sobre el mensaje de proposición, que ya había perdido la intensidad del primer día, pero, a juzgar por lo que estaba a punto de suceder aquella tarde de sábado hacia las cuatro de la tarde, no por ello había dejado de ser efectivo. y lo próximo?, pensaron en el pueblo. qué ocurrirá ahora? le preguntará por un nombre de niño o niña en concreto? por el momento, esta mañana, han vuelto a aparecer algunas pintadas. no tantas como la primera vez, pero sí en lugares estratégicos. de nuevo, te amo Mary. una de dos, o se han peleado y es necesaria una reconciliación? querrá expresar de nuevo el amor por amor? habrá que proponer en el ayuntamiento que pongan una pared para mensajes, porque, si cada vez que se pelean o son felices, el pueblo se va a llenar de pintadas, estamos apañados. aunque igual si le apuntamos a un curso de tipografía y composición gráfica, se puede incluir el pueblo en alguna guía turística, no? vengan a ver el pueblo del amor, donde todo es posible. incluso promocionarlo como plató para comedias románticas. pero recuerden que la idea se me ocurrió a mí, de acuerdo? que la crisis nos tiene torturados.

hola amor. Joseph Gordon-Levitt, 500 días juntos.

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fin

(escuchando Hiromi’s sonicbloob, beyond standard)

qué bueno era haberlo conseguido. tras años de duro trabajo y horas robadas a la noche, al día, a su familia, a sus amigos, había conseguido llegar dónde siempre había querido. la casa de sus sueños. arquitectura recta, sobria, adaptada a la naturaleza, justo a la salida del pueblo. los grandes ventanales llenaban de luz cada pequeño rincón. habitaciones altas, de colores claros, con espacio para respirar sin problemas. la arquitecto que se la había diseñado sabía perfectamente cuáles eran sus gustos y sus necesidades, así que no le faltaba ni un sólo detalle. muebles funcionales, pero de una elegancia sin contemplaciones, una cocina en la que cabía un regimiento y un salón en el que daba gusto hacer casi cualquier cosa. sin más paredes que las absolutamente necesarias, toda la estructura era como una bocanada de aire fresco para los ojos y los pulmones. incluso los dos pisos estaban encajados el uno con el otro como si siempre hubieran sido una estructura compacta. era increíble como se había podido llegar a construir algo así. todo estaba puesto en su sitio por alguna razón y con una función determinada. cabía todo y tenía espacio de sobra. había soñado durante años en poder regalarle a los suyos un lugar como aquél, en el que los niños tuvieran metros para correr, habitaciones en las que jugar y una piscina en la que salpicarse. y lo había logrado. con aquella casa conseguía el tercer punto de su lista de sueños por realizar. tenía una familia maravillosa con la que compartir su vida, había conseguido dedicarse a lo que le apasionaba para no tener que ir nunca más a trabajar, y ahora se había construido la casa de sus sueños. se sintió mucho más satisfecho de lo que nunca había estado jamás. sentado en una de las butacas que había en la terraza, le dio un sorbo a la cerveza helada y miró todo aquello con satisfacción. bueno, y ahora qué?, pensó.

Sácale una foto, así te durará para siempre. Anna Sophia Robb, un puente a Terabithia.

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circunstancias

(escuchando primal scream, riot city blues)

se apoyó contra la pared. estaba húmeda. todo estaba húmedo. contuvo la respiración y buscó el sonido de alguien en la habitación. a través de la ventana rota del final del pasillo, una ambulancia dos manzanas más abajo, ruido de tráfico, una paloma revoloteando frente a lo que antes era un cristal. pasos amortiguados por la madera de la puerta. ahí estaba. su intuición era una chica lista. la noche antes, algo le dijo que se había escondido en su antigua habitación del hotel. hay gente demasiado previsible, pensó. creyó que nadie le buscaría en un edificio que se caía a pedazos, abandonado desde hacía ocho años, nido de yonkis y ratas. exacto, ratas yonkis. demasiado fácil. los pasos del interior de la habitación se alejaron. se puso en cuclillas y sacó el estuche para abrir puertas. usó la mini ganzúa del número cuatro. despacio. despacio. click. esperó en silencio. incluso su corazón había dejado de hacer ruido. tienes el corazón de hielo macizo, le había dicho la última mujer con la que acostó antes de marcharse de un portazo. sonrió para sí. tal vez por eso no hacía ruido, porque no latía. al fondo, en el baño, el sonido del agua corriendo sobre una voz que canturreaba bajo la ducha. abrió la puerta, entró y cerró con cuidado. sacó la pistola de la funda de piel pegada al pegada al cuerpo. buscó en la habitación. nada fuera de lo común. ropa sobre la cama, una bolsa abierta en un sillón, una botella de agua casi vacía y un vaso a medio beber sobre la mesita de noche. entró en el baño. apuntó a la cortina de la ducha. la abrió. los ojos de su víctima vieron que llegaba la muerte a través del cañón silenciado. mentalmente, contó hasta tres. uno, dos, tres.

le juro que hace tres días ninguna de las dos hubiera montado un número así. pero si conociera a mi marido comprendería el porqué. Geena Davies, Thelma & Louise.

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lejos

(escuchando wye oak, if children)

basado en una columna del magazine del domingo pasado de la que no recuerdo ni el nombre ni el autor.

la mujer salía del café con su hija. las dos llevaban guantes, bufanda, gorro de lana y un abrigo grueso. en la calle, hacía un frío que pelaba. no le sorprendió verlas juntas. era una mujer casada y feliz, a pesar de que hubo un tiempo en el que no fue tan feliz. desde la esquina, las miraba, buscaba cualquier indicio que le hablara de sus estado de ánimo, de sus ganas, de si eran felices o no. durante años había estado siguiéndolas. conocía sus rutinas, los sitios que visitaban, el nombre de sus amigas, de sus amigos, los altibajos de sus relaciones. lo sabía todo de ellas. ella, la hija, no sabía ni que existía. ella, la madre, casi ni recordaba lo poco que le pudo conocer. hacía más de veinte años que había tenido un par de noches de sexo con él. han sido horas bajas, le dijo la última vez que se vieron. por eso decidió cortar. él se había enamorado platónicamente, pero aceptó su decisión. luego empezó a seguirla. al principio, lo hacía a la espera de que volvieran las horas bajas. pero se quedó embarazada al poco tiempo y tuvo una hija. no iba a dejar a su marido. ahora no. pero nunca tuvo la menor duda: era su hija. se parecía demasiado a su hermana cuando era pequeña. pero nunca dijo nada. sólo cambió su forma de verla. ahora ya no buscaba volver a su lado, sólo quería estar ahí por si pasaba algo. una especie de protector en la sombra, como en una novela del siglo diecinueve. la seguía por amor imaginado, por pasión antigua. y era feliz a su lado, lejos. luego empezó a seguir a la hija, a interesarse por sus estudios, por la carrera que elegiría (era abogada) y por si le iban bien las cosas. pero la crisis, esta maldita crisis que todo lo puede, había obligado al bufete a hacer recortes. y ella se quedó en la calle. de eso hacía ya un año y medio. y aquella niña, su hija, estaba perdiendo el rumbo. tenía que hacer algo.

me gusta como bailas. Gwyneth Parltrow, grandes esperanzas.

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experimento

(escuchando Ella Fitzgerald, the songbooks)

experimento. cuatro entregas. principio. alguien se anima?

por las tardes, se iba al bosque. a sus padres no les importaba demasiado. no te alejes, le decían. tranquila, mamá, contestaba ella desde la puerta del jardín. cuando los mayores se encerraban a pasar el tiempo con sus cosas, libros, revistas, música, comida, ella desaparecía entre los árboles. caminaba durante unos minutos por el sendero que llevaba a la cascada, luego tomaba un desvío apenas imperceptible y se perdía por un sendero poblado por arbustos y extraños ruidos de animales. al final, había un claro, en el que había colocado dos troncos a modo de sillas alrededor de una piedra que hacía las veces de mesa. casi a la vez aparecía el oso, sonriente, con la seguridad que da la confianza en los que conoces. era un animal enorme, de pelaje pardo, con largas garras afiladas, que causaría pavor a cualquiera que se lo encontrara en la espesura. de hecho, tenía un par de cicatrices causadas por los disparos de cazadores que se vanagloriaban de haberse enfrentado al oso que merodeaba por aquellos bosques. pero ella no había tenido miedo. cuando lo vio por primera vez lo encontró bebiendo en el pequeño lago que había más allá de la cascada. se acercó y le dijo hola, oso. él, sorprendido, ni siquiera pensó en atacar. la miró en silencio. hola, volvió a decir la niña. no sabes que es de mala educación no contestar cuando te hablan? ho-hola, respondió el animal, sin saber muy bien qué estaba ocurriendo allí. quieres tomar un chocolate?, le preguntó aquella personita que le miraba como si le conociera de toda la vida. claro, respondió el oso. me encanta el chocolate. desde aquel día, se reunían para tomar una taza de cacao con galletas y hablar de lo que pasaba a su alrededor. ella le contaba cosas sobre la cuidad y el colegio. él, del bosque y sus encontronazos con los cazadores. luego, se despedían y cada uno se iba a su casa. hasta mañana, Christopher. hasta mañana, Pooh, bromeaban.

escúchame, Truman. ahí fuera no hay mas verdad que la que hay en el mundo que he creado para ti. Ed Harris, el show de Truman.