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cine

franceses

(escuchando of monsters and men, my head is an animal)

Calvin Candie: Tarta blanca?
dr. King Schultz: no me gustan los dulces, gracias.
Calvin Candie: está pensando en que he conseguido ganarle esta partida, eh?
dr. King Schultz: en realidad, estaba pensando en ese pobre diablo que que ha echado a los perros esta mañana, D’Artagnan. y me estaba preguntando qué hubiera hecho Dumas al respecto.
Calvin Candie: disculpe?
dr. King Schultz: Alexander Dumas. escribió Los tres mosqueteros. imagino que debe ser usted un admirador. le puso a su esclavo el nombre del protagonista de su novela. si Alejandro Dumas hubiera estado aquí hoy, qué hubiera hecho?
Calvin Candie: duda que lo aprobara?
dr. King Schultz: sí. su aprobación sería una proposición, como mínimo, dudosa.
Calvin Candie: un franchute de corazón blando?
dr. King Schultz: Alejandro Dumas es negro.

Leonardo diCaprio & Christop Waltz, Django unchained.

buon giorno e buona finne settimana.

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por la red

origen

(escuchando Rebeca Ferguson, heaven. a esto le llamo yo música en sin artificios)

hace unas semanas, la imagen de una joven sujetando un montón de libros como si fueran globos devolvió este cuento. hoy, el origen de la imagen ha aparecido en esta pantalla. son los quince minutos más fascinantes que he tenido el placer de disfrutar. recomendación: pantalla completa.

The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore de Moonbot Studios en vimeo.

terapeuta: Martha, por qué viene usted a verme todas las semanas?
Martha: porque mi jefa me ha dicho que me despedirá si no sigo una terapia.
terapeuta: y por qué cree que su jefa le ha dicho eso?
Martha: pues no sé. no tengo ni idea.

August Zirner & Martina Gedek, deliciosa Martha.

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cardiología

medianoche

(escuchando Alanis Morissette, flavors of entanglement. llamadme baboso, pero me gusta esta señorita)

dejó que las manos fueran perdiendo fuerza a medida que pasaban las palabras. en vano, intentó llegar al final de capítulo. las letras se le mezclaban con imágenes de sueños que correrían libres por el subconsciente. abría de nuevo los ojos, tratando descifrar las razones de un paseo en coche en mitad de una secuencia en un bar de jazz. Murakami en un mini del setenta y dos? estaba soñando. sus esfuerzos eran inútiles, se estaba quedando dormido. hoy tampoco lo terminaría. mejor, así tendría tiempo de pensarlo. los libros de Murakami hay que pensarlos bien antes de decidir si te ha gustado o no. porque mira que son extraños. buscó el marcapáginas del Perito Moreno que le regalaron hace tiempo y dejó constancia de que había se había perdido en la tinta de la número doscientos veintisiete. dejó el libro en la montaña de libros por leer, bebió un sorbo de agua y tanteó la mesita buscando el interruptor de la luz. la habitación quedó en penumbra, iluminada sólo por los números del despertador y la imagen de la pantalla en la que se veía a su hijo cruzado transversalmente en la cuna, dormido desde hacía ya tres horas. sonrió y la miró a ella. miró su cuello. lo besó. buenas noches, princesa. tanteó su barriga. puso la mano encima y imaginó que se movía. buenas noches. cerró los ojos y se quedó dormido.

Sam: cómo te sientes?
Andew: a salvo. contigo me siento a salvo, como si estuviera en casa.

Natalie Portman & Zack Braff, algo en común.

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por la red

book

(escuchando suede, nude)

hay campañas de cuya difusión depende el destino de la humanidad. en serio.

D.A: oiga, es usted muy listo.
Joe: no tan listo.
D.A: bueno. y si no lo es, cómo se le ha ocurrido?
Joe: imaginando a alguien más inteligente que yo y preguntándome que haría él si estuviera en mi lugar.

Jim Frangione & Gene Hackman, el último golpe.

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cardiología

pausa

(escuchando Andy McKee, art of motion)

esta mañana, Cronos ha cambiado las revoluciones del tocadiscos. y el single está sonando a treinta y tres. todo estaba sostenido, parado en medio de algo, a punto de empezar. el aire estaba cargado, pegajoso, quieto. el autobús que va hasta la estación ha llegado tarde y se tomaba su tiempo en cada parada, aunque no hubiera nadie esperando entre el gris de la llovizna que lo cubría todo. el tren ha llegado lleno hasta las esquinas, con retraso. y, entre estación y estación, parecía no alcanzar la velocidad adecuada, la que permite a los usuarios entrar a tiempo a sus oficinas. el autobús hasta el estudio no ha querido aparecer por las avenidas hasta que la cola no ha alcanzado el número suficiente para que los últimos en llegar se quedaran en la parada. el conductor lo paseaba de una marquesina a otra, con paso solemne, acompañando el cielo, ante la mirada impaciente de algunos de sus usuarios. en todo ese tiempo, el cuaderno de agua de Hugo ha llegado a su fin. Hugo ha tenido la valentía que no hemos tenido otros. ha escrito un libro. una historia de agua y nieve, de besos de papel y de encuentros y reencuentros con amigos y viajes y pieles desnudas atrapadas la una bajo la otra. Hugo ha sabido hacer lo que otros llevamos años pensando cualquier día de estos me pongo. las valoraciones sobre sus genialidades (que son muchas), las guardaremos para él en el próximo encuentro. hoy el día está como sostenido en medio de nada, a punto de tirarse a un cubo de agua para limpiar todas las impurezas o de quedarse dormido y soñar con eso que, por fin, nos vuelva a dibujar la sonrisa en la cara.

todo lo que tienes que hacer es ponerte los cascos, tirarte al suelo, y escuchar el cedé de tu vida. canción tras canción, no puedes saltarte ninguna. todas han pasado, y de una forma u otra servirán para seguir adelante. no te arrepientas, no te juzgues, sé quién eres. y no hay nada mejor para el mundo. pausa, rebobinar, play, y más y más aún. nunca pares la música, no dejes de descubrir sonidos para lograr explicar el caos que tienes dentro. y si te sale una lágrima cuando lo escuchas, no tengas miedo, es como la lágrima de un fan cuando escucha su canción preferida. Teresa Ciabatti, tre metri sopra il cielo.

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cardiología

ritual

(escuchando hooverphonic, sit down and listen to)

lo mejor es hacerlo de noche, cuando el pueblo está en silencio y sólo se oye un motor a lo lejos, probablemente algún joven que vuelve a casa corriendo, para que sus padres no le echen la bronca. sentado en la orilla, te dejas mecer por las olas. primero te mojas los dedos de los pies, luego los de las manos y, finalmente, sumerges todo el cuerpo. esperas a que la corriente te transporte a su ritmo. a veces, como una balsa de aceite, suave, con la calma que todos hemos deseado en los días en los que, como hoy, las noticias no han sido demasiado halagadoras en el trabajo. otras, es como una montaña rusa, y dispara las emociones hasta más allá de las sombras de la luna que ahora te acompaña, multiplica el ritmo cardíaco y describe arcos imposibles en el movimiento de tus ojos imaginando historias. estás a salvo, lo sabes, nadie te puede hacer daño. las olas se comunican con tus neuronas, más allá de cualquier experiencia física. de repente, lo notas, sabes que está ocurriendo otra vez. empiezas a ver borroso, a sentir que ya nada tendrá sentido a partir de ahora. intentas repetir la ola, pero ya no hay solución. te dejas llevar. te estás hundiendo. las manos ya no responden y el más profundo de los sueños te reconforta. el libro se te cae de las manos. casi sin despertar, lo dejas sobre la mesita. apagas la luz. balbuceas algo con una sonrisa. buenas noches.

en su lecho de muerte, les dijo a los doctores que tuvo una buena vida y que lo que le molestaba de morir era que acababa de empezar a leer Moby Dick y quería ver qué pasaba. Patrick Horgan, Zelig.

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microcuentos

pasos (cuatro)

(escuchando thrice, the alchemy index vols III and IV air and earth. oh, dioses de la sorpresa, qué gratos momentos nos hacéis pasar con vuestra impagable presencia)

esto empezó aquí. luego siguió aquí y aquí. y hoy hemos decidido continuar.

el click de sus dedos también hace click en mi cabeza. cómo es posible que no me haya dado cuenta antes? tengo que verlo de cerca. con un gesto rápido, recojo la bandolera y salgo del vagón justo antes de que tren se ponga en marcha. al notar los dos pies en el suelo de la estación me quedo como paralizado. el hombre parece divertirse con la situación. pero tengo que preguntárselo. me acerco despacio. me paro justo frente a él. es un personaje extraño para la época. parece el protagonista del libro que estoy leyendo. sólo que no lo parece, es él. estoy seguro. me quedo de pie junto a su mesa. buenos días, puedo sentarme? por favor, responde. le parecerá extraño, empiezo, pero… es usted Viktor Askenasi? sí, responde con sin ningún tipo de sorpresa, como si estuviera esperando esa pregunta. y creo que puedo ayudarle en su búsqueda. en mi búsqueda?, contesto. quién le ha dicho nada de una búsqueda? usted, al venir aquí cada semana, y rubrica la frase con una enorme sonrisa. oiga, yo no entiendo nada. cómo es posible que usted sea Viktor Askenasi? el mismo Viktor Askenasi de la bailarina, el hotel Argentina en Dubrovnik, la sociedad con sus absurdas normas, el protagonista de una novela que ocurre en mil novecientos treinta y cuatro? el mismo. el silencio pesa sobre el aire y no me deja pensar. no puedo creer lo que estoy oyendo. realmente es él, el personaje del libro que estoy leyendo. pero… cómo puede ser? aprovecha el silencio para intentar aclarar lo que está sucediendo. usted me ha llamado para que le ayudara, no es así? no, yo no he llamado a nadie. sí, sí que lo ha hecho. el camarero interrumpe la conversación. qué va a tomar el caballero? un café con leche…?, responde sin darme tiempo a pensar y mirándome de reojo, esperando mi aprobación. asiento. un café con leche para él y otro coñac para mí. gracias. veo alejarse al camarero con unos puntos suspensivos como todo pensamiento. Viktor Askenasi saca un paquete de picadura de su bolsillo y lo abre. en su interior, una pipa y un atizador. prepara la pipa y se la pone en los labios. la enciende. le da una calada y me mira. bueno, por dónde quiere empezar? escruto sus ojos intentado buscar una ecuación que explique todo esto. cómo es posible que sepa que sepa lo que estoy buscando? cómo puede ser que alguien salga de una novela para sentarse en un café por el que tú vas a pasar cuando hace dos horas tú no tenías ninguna intención de pasar por ningún café? y más aún, que lo haga para ayudarte a ti? no tiene sentido. por qué no empiezas por el principio? lo dice mirándome a los ojos, como distraído, igual que hablan los sabios. el camarero trae el café con leche y el coñac. le doy las gracias. tomo un sorbo. está caliente. el gran danés se ha sentado a mi lado. le acaricio. su piel me tranquiliza. empiezo a hablar.

lo que te mata de preocupación, nunca se materializa. lo que te toma por sorpresa un miercoles por la tarde te dejan pasmado. Jude Law, Alfie.

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cardiología

números

(escuchando Astor Piazolla, milonga del ángel, algo que un anónimo decidió dejarle a emejota y de lo que me he apoderado)

la soledad de los números primos se ha convertido en una historia necesaria, dormida para despertarte, triste para obligarte a sonreír, física para que la imagines, dolorosa para calmar los golpes. cómo me gusta que un libro me retuerza un poco. o incluso un mucho.

Matti miró a Alice a escondidas, para que ella no se diera cuenta de que había empezado a sudar por dentro, justo debajo de la piel. los ojos calcularon las probabilidades de que sus miradas se encontraran un poco más allá de lo que complementan los cuerpos, pero se perdieron en las manos, apoyadas sobre las sábanas, que se acercaban a las suyas, buscándolas, esperando. luego ella le dijo qué miras? y sonrió. Matti le sostuvo la mirada todo lo que pudo, algo menos de diez segundos, dispuesto a decirle que a ella, que ya no tenía miedo, que había dejado en un cajón los brazos helados de Michela, que el peso de su hermana ya no estaba sobre sus pasos, pero no lo hizo. miró las paredes de la habitación, sin un solo objeto que le recordara a nada, vacía, uno de esos lugares en los que nadie querría vivir. nadie excepto él. y, tal vez, Alice.

alguien dijo una vez que hay silencios muy elocuentes. Joseph Cotten, el tercer hombre.