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cardiología

rayos y centellas

(escuchando the clash, the clash)

el estruendo despertó a toda la manzana. la pareja que dormía plácidamente abrió los ojos y se abrazó por instinto, buscando refugio el uno en el otro. tenían la piel de gallina. él se levantó y cerró la ventana de la habitación. ella lo agradeció. en el piso del al lado, el dueño del restaurante espectáculo que hacía sólo diez minutos que había entrado en casa, sigiloso, tras una larga noche procurando que un grupo de guiris borrachos no le destrozara el local, pensó que las paredes iban a caer sobre su cabeza y la de sus hijos, y corrió a comprobar las literas. los dos lloraban, muertos de miedo. los cogió en brazos y se los llevó a su habitación. su mujer estaba sentada en la cama, mirando fijamente a ningún sitio, con la mano en el pecho y respirando más deprisa de lo habitual. se metieron los cuatro en la cama. dos paredes más allá, la pianista abrazó a su almohada y cerró los ojos, intentando conciliar un sueño que ya no volvería hasta media mañana. incluso hijo del nueve a, el adolescente adorador del rock de los ochenta, se sintió amenazado. no sabía muy bien porqué, pero su cabeza no paraba de girar sobre una misma idea. habían vuelto a poner una bomba? enseguida se dio cuenta de que se trataba de una tormenta. los rayos centelleaban muy cerca, parecía que caían en el patio del vecino. los truenos retumbaban como si todos los dioses estuvieran en una jam de percusión y el bloque entero de público obligado, con los ojos como platos, y el alma bajo las sábanas. todos, menos Lluís, claro, que duerme plácidamente, con una sonrisa en la boca.

qué felices son los inocentes. Jim Carrey, eternal sunshine of a spotless mind.

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