(escuchando Ben Harper, white lies for dark times)
las ocho y media de la tarde tiene una luz con algo de magia. es esa hora en la que, al conducir durante los meses de verano, la realidad escapa de tus ojos y se hace imágenes que encajan en un tiempo no lineal de presente, pasado y futuro. el sol se escurre entre la calima y la usa de filtro para la luz que deposita en las copas de los árboles. es la mejor hora para circular despacio con la ventana abierta y dejar que el aire se te cuele por los huecos del pelo y sepas que el verano es un buen aliado para sentirse bien. Ben Harper acompaña desde los altavoces. ahora es el momento de respirar y de volar un poco más allá. pero no voy a dejar nada atrás, porque este es mi equipaje. su voz se confunde con tus pensamientos. no voy dejar nada atrás. te miro y te veo sujetando su diminuta mano. y no voy a volar en solitario nunca más. aunque a veces desaparezca un segundo. no desaparezco. la música te mece los ojos más allá de la carretera y sabes que la puerta se abrirá al llegar y que te esperan. no volaré en solitario nunca más. aunque a veces desaparezca un segundo. no desaparezco. me ha costado demasiadas lágrimas llegar hasta aquí, demasiado tiempo. pero la espera ha merecido la pena. las voces han tenido que callarse. porque puedo estar seguro de que ya no volaré nunca más en solitario. el coche se desliza entre las paredes de piedra seca, pegado al asfalto de las llanuras en las que desembocan las montañas. enciendes las luces. los colores pierden brillo y empieza a oscurecer un poco. oyes los dedos trasteando sobre el mástil de la guitarra y ahora eres tú el que pones la letra. una letra silenciosa en el que lo único que importa es llegar a casa.
no hay más que una vida, no hay Dios, ni reglas, ni juicios más que los que tú aceptes o crees para ti misma. y cuando se acaba, se acaba, duermes por toda la eternidad. sé feliz mientras estés aquí. Richard Jenkins, a dos metros bajo tierra.