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crisis

lo peor de la puta crisis no era que su economía se hubiera ido al traste. que no hubiera más viajes que alimentaran el hambre de lugares, que no hubiera más cenas ni fiestas porque ha salido la luna, que los escaparates dejaran de guiñarle los ojos, que los regalos quedaran dibujados en un rincón de la memoria de los deseos, que las celebraciones se hubieran convertido en una complicada maraña de operaciones con números azules y rojos, que la sección de delicatessen se hubiera convertido en un bosque de tentaciones prohibidas. ni siquiera casi hubiera borrado su ilusión por trabajar todos los días a base de espadas y tijeras, ni que hubiera cambiado una vocación que le ayudaba a ser un poco más feliz por una lucha contra una centrifugadora que se lo estaba tragando todo, ni que viera como su esfuerzo por continuar ilusionando con cada hora de su jornada laboral bajara hasta casi bajo cero. no, lo peor de la puta crisis es que había entrado hasta el fondo en sus emociones. se despertaba por la mañana como si no llevara ropa, enfundada un cuerpo magullado y triste, sin ganas de darle a sus músculos las razones para continuar moviéndose. la rutina pesaba sobre el ánimo más que sobre la espalda y la sonrisa se estaba convirtiendo en una arruga. estaba empezando a creer que la apatía era un estado normal de los días, que la lucha personal no valía la pena. los mensajes de ánimo no servían. los besos, los abrazos, las caricias no servían. los chistes no servían. la familia no podía ni sabía cómo conseguir una simple sonrisa a la hora de la cena, con todo el día a sus espaldas. los amigos se preguntaban por su desaparición y buscaban una fórmula que transformara el negro en el blanco, o tal vez gris. se había puesto una escafandra y estaba empezando a empañarse por dentro. y eso, desde fuera, parecía difícil de solucionar. casi imposible. luego llegó el sábado. aquella mañana el café con leche se le había quedado frío. se levantó de la silla y se dispuso a calentarlo en el microondas. sus hijos entraron en la cocina, aún en pijama, con una enorme papel en la mano. estaba lleno de dibujos de peces surrealistas, soles con pelos luminosos, y un montón de rayas de colores y nombres de juguetes. mami, mami, mami. mira, hemos escrito la carta a los reyes. tú que quieres? papá ya ha puesto lo que quiere. ahora tú. se quedó quieta. a ver, qué quiero? qué quiero? un regalo muy bonito, les dijo. elegid vosotros lo que queráis. y puede que nada más, pensó.

hay gente que es muy rica y que en realidad son muy pobres. Alberto SanJuan, el otro lado de la cama.

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