(escuchando massive atack, helligoland)
cerrado por recortes. abierto por educación. en el edificio de infantil, los niños pintaban con las manos, jugaban, cantaban, bailaban y se reían a carcajadas. los voluntarios habían llenado cada minuto de la tarde para que nadie se aburriera. al otro lado del colegio, en una de las aulas, profesores, padres, madres, equipos directivos y voluntarios, hablan de lo que está ocurriendo. exponen hechos, buscan soluciones, plantean movimientos. lo único que quieren es que no les digan lo que se deben callar, que no les impongan lo que tienen que enseñar, que les dejen ir vestidos como quieran, que les dejen hablar en su lengua y de su cultura, que no les persigan por pensar ni los traten como a basura porque hacen su trabajo, un trabajo que se han ganado, para el que han estudiado, para el que han pasado unos exámenes y por el que sienten una vocación que, en algunos casos, se sale de las tablas. lo único que quieren es continuar levantándose con las ganas de ser parte de una escuela pública digna, plural y que no distinga a los niños por motivos de lengua, raza, salud, religión, nivel económico o ideología de sus padres. algunos pensarán nosotros éramos cuarenta en clase y sólo hablábamos una lengua y estudiábamos de memoria y en libros y no hemos salido tan mal. es posible. pero de eso hace ya cuarenta años y, desde entonces, hemos avanzado mucho, han avanzado mucho. y hay que seguir haciéndolo. porque de lo que se hablaba ayer es de una situación que vuelve a los años en los que el maestro era, con el cura, el alcalde y el guardia civil, la figura por imposición y obediencia más importante del pueblo. nada tenía que ver la valentía, capacidad, comprensión o excelencia. nada. un tiempo en el que, si valías y te portabas bien, tenías grandes privilegios y eras bien recibido en cualquier lugar. de lo contrario, te enviaban al desierto para que la neurona se secara. cerrado por recortes. abierto por educación. las cosas cambiarán en pocos años, dicen algunos. es posible. pero las heridas dejan cicatrices y eso no se borra en pocos años. pues precisamente por eso.
oh, capitán, mi capitán. Tom Shulman, el club de los poetas muertos.