(escuchando pearl jam, rearviewmirror)
en la gran sala oscura del templo, los uniformes borran de un plumazo las identidades de las allí reunidas. olvidar los colores, los ornamentos y cualquier elemento que las distinga la una de la otra, las despoja de toda personalidad para convertirlas en una masa homogénea que se dirige en una misma dirección, la única, la más elevada. el silencio es denso y húmedo, las luces de la calle se dejan entrever por los diminutos ventanucos situados en la parte más alta de las paredes. en uno de los extremos de la sala, el contrario a la descomunal puerta de entrada, más elevado que el resto, se encuentra el púlpito y, sobre él, una mesa y una silla recia y sólida, que impone su poder sobre los bancos más bien endebles, colocados en dos columnas, en un nivel más bajo. ellas están de pie, cada una en su sitio, un sitio debidamente consensuado por estricto orden de jerarquía, pero sin marcar, para no desviarse ni un ápice de la configuración de masa. únicamente ocupan las dos primeras filas. el resto de bancos, que permitirían el acceso a más de trescientas personas, ahora se utiliza únicamente en los grandes eventos. en otros tiempos, siempre estaban llenos, pero ahora, todo se mueve bajo el pulsar de la anarquía y la corrupción de las mentes y los corazones. ya nadie hace caso de los mandatos universales y se olvidan de los únicos rasgos que les darán la inmortalidad. por eso es tan importante su misión, por eso deben infiltrarse en todos los campos de la sociedad y predicar por el bien común, el único por el que hay que luchar, el único por el que merece la pena vivir: su supervivencia y hegemonía sobre el resto. el resto, esos bastardos. el líder, el elegido para comunicarse con las más altas esferas de poder hace su entrada en la sala por una puerta lateral junto al púlpito. ellas miran al frente y levantan su brazo izquierdo. hail.
jodida gente! no tenéis ni idea de cómo defender una nación. Jack Nicholson, algunos hombres buenos.